26/8/09

Yogur

A veces nos tendríamos que detener un momento o bien ir más despacio, para ver más. O simplemente para ver. Lara me llamó a eso de las siete de la tarde. Su voz sonaba atropellada y sin duda estaba contenta.


— ¿Qué te qué?
— ¿No es increíble? Anoche, cuando llegó de trabajar. Yo estaba haciendo la cena, esa crema de calabacín que tanto le gusta… ¿te acuerdas? La que a ti… cómo lo decías… ¡te embotaba! porque me pasaba con la cantidad de pan...
— ¿Que era naranja?
— ¡La misma!
— Pues en la cocina me lo pidió, tuve que parar la radio porque creí que no lo había entendido bien… ya sabes que dice las cosas con esa cara de serio tan graciosa…y bueno, al final una no sabe si… o es que… Ay, Andrea… ¡qué locura!
— ¡Es una gran noticia, Lara! Me alegro mucho por ti, por los dos, ojalá lo hubiera visto. ¡Ay Manuel!
— Allí mismo me lo dijo, y tú dirás “¡con lo fea que es la cocina!”, y todo un poco soso también, ya lo digo yo, pero… ¡tan bonito!... Así, así lo soltó, de un tirón: “Oye, que a lo mejor tú también piensas que si eso ya nos podríamos casar, ¿no?”. ¿Cómo se te queda el cuerpo? Pues yo… ¡no te lo vas a creer!
— Ya lo creo… ¡Lloraste!
— ¡Sí! Pero de alegría, de loca de contenta, quién me lo iba a decir…y con Manuel… ¡tú lo sabes mejor que nadie!
— Sí, Nadie quedó en segunda posición.
— ¿Cómo?
— ¡Que este triunfo tenemos que celebrarlo, amiga!


Lara y Manuel son novios. Lo son y pronto serán marido y mujer y esas cosas. Eso es hoy. Ayer, y cuando digo ayer me refiero a hace un año, Lara y Manuel eran compañeros de piso. Mis compañeros de piso.

Lara es bonita y, aunque está algo flaca, su figura es delicada, que no enclenque. De carácter risueño e introvertido, le gusta regalar sonrisas. Mientras alternaba rolletes de verano con charlatanes de pies fríos que se escurrían de su cama pasado el invierno, las primaveras pasaban y su cabeza echaba humo. No dejaba de darle vueltas a una misma idea: todas sus amigas ya tenían la vida montada. Menos ella. Hacía bastantes meses que se había mudado a la ciudad por amor y se había quedado sin amor en la ciudad.

Hizo amigos nuevos y no se sentía sola, pero a menudo sí triste. A veces, a pesar de que se lo guardaba todo para ella como una hormiguita, eso se veía. Uno puede ser hipócrita muchas veces pero, con que sólo una deje de serlo, se le acaba viendo el plumero. Gracias a Dios. Entonces, que le recordaran que la felicidad es de la fragilidad de un pelo y que no siempre es más feliz aquel que lo grita más fuerte sino el que sabe darse cuenta de que lo es y en qué momento, no siempre surgía efecto.

Manuel era alto, físicamente agraciado y deportista. De carácter tranquilo y de costumbres cuadradas que seguía a rajatabla, conservaba esa cara de niño malo que tanto suele gustar a las mujeres. Los fines de semana, alternaba las salidas nocturnas con los amigos con las salidas nocturnas con los amigos. De lunes a viernes, era un robot que a las doce de la noche se quedaba sin batería.

Ambos vivían conmigo, y yo me llamo Andrea. No hablaré más de mí porque así me lo han aconsejado mis dedos, que son los que teclean esta historia. Y yo a mis dedos no les llevo la contraria.

Un día, en esas noches familiares en que nos esperábamos los tres para cenar, ocurrió una cosa que lo cambió todo. Fue un detalle, una de esas pequeñas cosas que mueven el mundo hacia delante. Lara estaba resfriada y apenas probó la cena. Tanto Manuel como yo nos dimos cuenta, aunque algo también ayudaron los estornudos de rinoceronte expelidos por la muchacha de manera intermitente.

Nos levantábamos para recoger la mesa e ir a buscar el postre —después de que los anuncios asaltaran sin compasión a nuestra serie favorita— cuando Manuel dijo: “Tú no, Lara. Ya te traigo yo el yogur”. Ella sonrió, agradecida, pero insistió haciendo el gesto de levantarse. “¡Tú no!”, repitió él.

Al final de cada cena, los tres nos comíamos un yogur. Bueno, de hecho nos comíamos tres, ya lo habréis pillado. Mientras yo fregaba los platos y demás cacharros sin guantes, Manuel terminaba de quitar la mesa. A su ritmo. Al contrario que nosotras (que hacíamos malabarismos y ejercicios de pesas para requerir de sólo un viaje), a él no le molestaba dar más vueltas que un tonto de la cocina al comedor y del comedor a la cocina.

Tras pelearse con el mantel redondo porque no había tu tía de que acabara dignamente doblado, se dirigió a la nevera, de donde cogió un yogur. Luego, hizo lo mismo con una cucharilla del cajón. Se los llevó a Lara, que esperaba, entre mocos varios, en el comedor. En nada, Manuel regresó a la cocina. Cogió dos yogures más de la nevera y sendas cucharillas del cajón y, de nuevo, fue al comedor. Yo, que lo veía todo porque es muy aburrido mirar hacia las baldosas mientras enjuagas los cubiertos, pensé, por primera vez: “éste se nos ha enamorado”.

¿Qué ocurrió después?

Una semana más tarde, Lara lucía la mejor de sus sonrisas. Charlábamos entretenidas mientras nos tomábamos una copa de vino blanco bien fresquito, sentadas en el mini banco de nuestra mini terraza. Mirábamos las macetas, porque la vista de la calle no era tan agradable. Cada una defendía las suyas. “¿Has visto cómo ha agarrado la hierbabuena?”, “¿y tú qué bonito se ha puesto mi rosal?”. Vivíamos juntas y lo compartíamos todo. A excepción de las macetas y los hombres.

Manuel no tardaría en llegar, aunque todavía teníamos tiempo de ponernos al día en temas varios. Que si el curro, que si la familia, que si… En una de ésas:

— Por cierto, ¿te ha contado Manuel algo de la chica del sábado? La morenita de rizos.
— ¿A mí? Nada.
— …
— ¿Te ha contado a ti?
— Bueno…verás… se ve que ya la conocía, de cuando un campus de baloncesto creo, para mí que ya había habido algo. La tía es guapa con ganas.
— Sí, muy guapa, pero un poco bajita para él, ¿no? Además, habló más con Totó que con él, ¿no te diste cuenta?
— Mucho mejor con barba… ¿verdad?
— Sí, le queda mejor.
— ¿Ella ha dormido aquí?
— ¿Aquí? ¡No!, esta mañana me he despertado muy pronto y…
— ¿Y eso?
— No lo sé, no podía dormir… pues eso, estaba solo, bueno, quiero decir que no se oía a nadie.

La semana siguiente a ese diálogo, me fui de vacaciones. Estuve fuera dieciséis días. A mi vuelta, y eso fue un viernes, salimos todos a celebrar el cumpleaños de una amiga común. Durante la cena, justo cuando estaba a punto de pedirme un yogur de postre, alguien se me acercó y me preguntó: “¿estos dos están juntos?”.

Girona, 26 de agosto de 2009

6 comentarios:

  1. Bueno, bueno... ya has estrenado la nueva temporada y el nuevo blog. Se preveen buenos relatos. Sí.
    Hablamos pronto y te cuento sobre el texto.
    Hasta luego.
    Que por cierto, estamos de estreno, eh... porque yo estreno lo de los comentarios en tu nueva casa literaria. Ay...

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  2. estas ESPECTACULAR en la foto de la portada!!!
    Isa

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  3. Quien es esa morena de rizos del campus de básquet, ¿la conozco? … ¡eh! Debe ser una cuarentona ya... ¿no?. Vale sigo leyendo.

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  4. clapclapclapclap....es verdad lo que he leído?? aiiiiiiiiiiiiiiiiii

    besos y tengo ganas de verte cangrejo..

    es verdad...la foto y el blog espectaculares!

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  5. ... el yogur natural, sin azucar, no?! como el cola-cao, vamos...! besitos

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