24/8/09

Haberlo sido

ELENA NO CONOCIÓ A LUIS hasta que no habló con él por segunda vez. De hecho, no se acordaba de que hubiera habido una segunda vez. Por aquella época, ella no salía sin haber bebido antes (un detalle que no era percibido por la mayoría de los interlocutores que apreciaban su compañía). Por este motivo, muchas conversaciones no pasaban al archivo de su historia. Tampoco solía hacer discriminación alguna por cuestión de sexo, edad, o posición social. Lo que es lo mismo, hablaba con todo Cristo.


En cambio, y para sorpresa de ella (bendito aquel que todavía logra sorprender) él sí que se acordaba, incluso de la trivialidad sobre la que discurrió la breve charla. Al día siguiente, mientras ésta desayunaba tostadas con mermelada casera, esa trivialidad hizo que el rostro del muchacho, cuya sonrisa no le cabía en la cara, se le presentara delante: “¿Y tú qué haces aquí?”

Sin embargo, Elena no se enamoraría de él por ello. Hacía tiempo que no se enamoraba por tan poco. Era muy consciente y en cierto modo estaba orgullosa. Había aprendido. Una interesante lección entre el variado suspenso emocional que tanto la aburría. De alguna manera, que no sabría explicar sin sonrojarse, se había vuelto recelosa de todo aquel que se acercaba, interesado, a ella. “Es una manera de defenderte”, le reprochaban sus amigos más osados. “Es una manera de avanzar”, resolvía para sí, mientras asentía divertida con la cabeza.

Durante gran parte de su vida, había considerado que el amor era una de las razones primeras de la existencia. Pero lo que un día defendió, más tarde le pesó. Y el amor pasó a un segundo término en sus prioridades vitales. “¡A tomar viento!”. Ni mirando de reojillo a Elena —por si se desdecía a última hora de su inesperado giro ideal—, con más pena que gloria, allí que se fue el pobre. “Mejor dedicar esfuerzos a mejorar en aquello que se nos da bien, que quemar ilusiones con aquello que ni siquiera entendemos.” Así de feliz e ingenua vivía Elena, revolcada en su trabajo, hasta que se dio de bruces con una trivialidad: suficiente para desbaratar la más obcecada decisión.

Luis ya conocía a Elena la primera vez que habló con ella. Todos conocían a Elena. Él la miraba con el descaro del que no teme nada y sabe qué quiere. Cuánto tenía no le importaba ahora, porque le faltaba Elena. Hasta aquel día. Cuando ella llegó, como tantas otras veces, saludó a todos y besó a sus amigos. Al pasar por su lado, como no había hecho nunca, le sonrió y se detuvo a saludarle.

Sin embargo, Luis no se enamoraría de ella por eso. La quería antes de que Elena lo viera. De hecho, hacía tiempo que podría enamorarse de un alfiler, porque hacía años que debía estar enamorado de otra persona. Así, se podría decir que lo tenía todo, pero todo es nada cuando no se le da valor.

Hubo una tercera. Dos personas hablan porque así lo desean. Ni siquiera Elena quería engañarse negando tal obviedad. Además, tampoco le cabía “discriminación” en la cabeza. Con su jersey amarillo, ahí estaba Luis —exaltando los ánimos de los que siempre tienen algo que decir, porque no soportan ser invisibles— hablando con Elena, haciendo reír a Elena.

Después, hubo otra conversación, pero no hubo palabras. Le siguió un silencio eterno o etéreo, según estuviera de gorda la luna. Tras él, malentendidos y reproches, porque no todas las frases expresan lo que motivó que fueran dichas. Gritos y más silencio. Lo siguiente fue una partida de póquer entre el orgullo y sus amigos y el cabreo y los suyos. Cuando arreciaron los primeros recuerdos, y la necesidad de sumar nuevas letras a una historia sin líneas, llegaron nuevas sorpresas.

Hoy no están tan cerca, lo cierto es que hace tiempo que dejaron de verse. No importa. Lo bueno de estas historias es haberlo sido. Hay una línea imaginaria en el suelo que separa a las personas. Tiene el poder de parar los pies, de cerrar bocas y de borrar gestos. Se expresa humanamente mediante un prejuicio, un temor, una vergüenza, una timidez. Sólo cuando dos personas se encuentran, esa sabionda sucesión de puntos deja de joder. No es una tregua, es un triunfo.

Girona, marzo de 2009

2 comentarios:

  1. "Lo bueno de esas historias es haberlo sido", buen relato.

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  2. Chiribita25/8/09 00:16

    "Sólo cuando dos personas se encuentran, esa sabionda sucesión de puntos deja de joder".
    Excel·lent! Tens uns finals genials. Y cuanta razón tienes....

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