EMPEZÓ
A ESCRIBIR: ¿Cesará el ruido y podré concentrarme? ¿Libre de nuevo? Oh, qué
reconfortante… Un momento, ¿espero algo? Entre
tanto interrogante salido y barrigón, supo que quizás podría hacerlo. Se
pondría a resolver dudas luneras cuanto antes. Insistiría una y otra vez.
Había
encontrado otras formas de engañarse, no se ruborizaría ahora por aquello. A
estas alturas, lo negaría todo si fuese necesario y se quedaría tan sancho y
panzo. Procurar
el arte del goce a través de la letra, ése volvería a ser su propósito. Aliñado con un vértigo que le resultaba familiar y que
comía hojas de rosales enanos.
—
¿Hablar de otra manera para venir a decir lo mismo?
— Y
no sólo eso, recuperar también un estado anterior, donde pensamientos
saltarines, despeinados y todavía santísimamente ingenuos, componían historias
que todo lo llenaban, hasta lo más primario. Personajes luminosos y gordos
bajando del folio con lo puesto dispuestos a darlo todo.
— A
lo loco, a lo loco.
— A
su aire, sí.
—
¿En ese escondite nuevo que has elegido?
— O
que me ha elegido a mí. Me-gustaría-vivir-aquí, ¿recuerdas?, fue lo que me dije
al entrar, por primera vez.
—
No olía a frío.
—
Sol, aire.
—
Un río con patos testarudos que no saben hacer el pino.
—
Peces chóped.
—
Gaviotas zumbadas.
—
Mosquitos imposibles.
—
Arañas jugando al escondite.
—
Hormigas bailando la conga.
—
Cientos de postales enviadas a diario.
—
Un calendario con los días desatados, ¡venga dar portazos!
—
Sedientos, sudados, muy colorados.
—
¡Pasajeros-a-punto-de-perder-el-tren!
Se
sentía a gusto a pesar de sentirse poco. Cierto, pensó, celebrando descubrir un
nuevo argumento destinado a engrosar su pequeño catálogo de citas razonadas y
sobadas que solo en grandes ocasiones sacaba a perforar, al hilo de brebajes
varios, entre oídos poco exquisitos y algo taponados.
— Porque,
efectivamente, se puede llegar a tener lo que deseas pero, si no puedes
compartirlo, es fácil no ser capaz de valorarlo; En definitiva, reitero, el
sentido de todo, el goce.
— Me
pones lila entre tanto carácter. Valientes dos párrafos.
— ¿Tú?
¿Yo?
— ¿No
es lo mismo?
—
¿¡Acaso no hay nadie más!?
— No
te sulfures. Los demás se alejaron volando hace rato.
— ¡Bellacos!
— Diría
que no te oyen.
— ¡Por
allí!, sí, por allí van. ¿A qué viene tanta prisa?, ¡es sábado, virgen santa!
— Es
domingo, madre de Dios, ¿no escuchaste la retahíla de campanas?
— Qué
de gritos pegan los niños en esta calle… ¿Qué más quieren, si ya lo tienen
todo?
— Y
yo qué sé.
— Oh,
bendita manía de dudar.
— Qué
van a querer… ¿más?
— La
duda, todo lo perfila desde el principio.
El
piar de esos niños que nunca tienen suficiente dejó espacio al de los pájaros,
también revolucionados.
— Estos
también parecen estar sordos. Se repiten como sandías, ay, qué ricas las
sandías...
— Y
qué agradable sensación esa, que los demás estén sordos.
— Y
qué ricas las sandías. Ten cuidado, uno puede acabar hablando solo.
— No
empieces puntualizando que no acabamos y hoy ya nadie lee tan largo.
— Y
secretos que nadie quiere contarte atravesarán paredes de cien años para jugar
al pillapilla contigo, con los últimos coletazos de un día también arrugado.
— Ni
tampoco tan raro, desde luego… ¿Te sirvo más vino a ti también?
— ¿Luego?
Luego estará prohibido reconocerlos ante los ojos de esos cuerpos pesados y
torpes que te saludan lechosos, blandos y oliendo un poquito de nada a rancio.
Ellos, encantados de coincidir contigo en el balcón, entre hortensias más
azules que las tuyas.
— ¿La
verdad? Tú a mí no me escuchas. A ti lo viejuno te puede. ¿Y no será el
nitrato?
— ¡Y
qué sabré yo cuánto rato! Procura, además, no ser impaciente, el zigzagueante
camino que acerca a la vejez hace sentir también más solo.
— Qué
cuesta evitar no ponerse violento en un diálogo entre sordos.
— Ahora mismo te daba yo un sartenazo. Siempre
nos quedarán las sandías y los boleros, mi viejo.
— ¿Entras
o sales? Quiero ir a ver a los patos.
— Me
voy, me voy pronto. No me he sentido mejor al escribir.
— Maldita
manía la de esperar algo divino a cambio.
— ¿Más
vino?, dale. ¡Brindemos, solo es sábado!
— Trae
para acá la sartén, anda.